jueves, 17 de abril de 2008

EL SEÑOR Y EL DIABLO QUE RECLAMA POR EL DINERO

Rubén Martínez
Recopilado por: María del Carmen Castillo

Aquí tengo otro que se trata de un señor del pueblo, que era pobre, a penas tenía para vivir.
¿Muy pobre? ¿Aquí en el pueblo? ¿Vivía en Tlahui? ¿Y ese señor cómo se llamaba? No sé.
El caso es que tenía un compadre que era rico, con oficio seguro y algo así entonces su compadre le preguntó:
– Oye compadre ¿por qué puedes tener tanto dinero yo no tengo ni un centavo?
– Ah compadre, pues el dinero se gana trabajando, mira: yo un día empecé a recoger estiércol de ganado.
Y él le dijo:
– ¿Ah sí?
– Sí, y fui a venderlo a otro pueblo.
Entonces se animo y le dijo:
– Voy a intentarlo yo.
– Sí, puedes intentarlo, compadrito, sólo ten cuidado porque hay muchos comerciantes que te pueden robar la mercancía, cuídate de tus competidores porque el estiércol se compra mucho en otros pueblos.
Salió entonces a un pueblo a vender estiércol y al llegar le dijeron:
– Cómo se te ocurre vender desperdicios de animales, eso se puede comprar en cualquier parte.
– Es que mi compadre me dijo que aquí querían.
– No, vete de aquí – le dijeron y se fue.
Entonces llegó con su compa a decirle:
– Oye compadre, mira me rechazaron.
– Ah sí, pues mira, aquí en la carretera puedes encontrar piedras, recógelas y véndelas.
– Ah sí?
Entonces las recogió y fue a venderlas y nadie le compró y le dijo:
– Oye ¿qué te ocurre? ten tres pesos con cincuenta centavos y vete de aquí porque si no te matan. Mira, aquí, en la orilla del camino hay muchas piedras y tú vendiendo….
Y se fue allí, dejó todo y dijo:
– Me llevaré mi costal y voy a comprar un pico con esto.
Entonces quería comprar el pico.
– El pico cuesta ciento cincuenta pesos.
– Híjole, no me alcanza ni para un refresco.
Entonces caminó y caminó y encontró un puesto.
– Si compro pan se me acaba y llegaré a casa con nada. Ya sé, mejor compro una máscara.
Y compró una máscara así de diablo, re feo pues sí asustaba. Tenía sus dientes, su carne. Y ahí se fue caminando. Ya se estaba oscureciendo y vio a unos arrieros allí durmiendo. Estos arrieros tenían espíritu del diablo pero el no lo sabía. Se quedó allí y dijo:
– Mira qué bueno, aquí hay fuego y ellos están durmiendo, voy a calentarme un poco. Pero el fuego se apagó con el viento y había mucho humo, no podía ni siquiera ver ni respirar.
– Para qué estoy sufriendo así, mejor me pongo mi máscara, pensó.
Entonces uno de los arrieros despertó y vio que ahí estaba sentada una persona bien fea.
Primero pensó que era un tigre.
No, no era un tigre. Era una persona con la máscara y ellos creyeron que era el diablo. Empezaron a correr, a correr, a correr, a correr y dejaron allí toda su mercancía.
– ¡Miren es el diablo, es el diablo! y corrían.
El también creyó que realmente estaba el diablo atrás de él y no entendía…
Así él había corrido también un poco.
– Qué será, por qué será que corren mucho – dijo el señor.
Y empezó a correr, entonces ellos corrieron, corrieron y corrieron.
– ¿Dónde está el diablo, dónde está el diablo? alcanzó a preguntarles.
Pero ellos como veían que él corría pensaban que iba tras ellos y empezaban a correr más fuerte y el señor volteó hacia atrás y vio que no había nada.
– Bueno, mejor voy a ver –dijo –me regreso.
Entonces llegó, no vio nada, cargó los burros y se llevó los costales de dinero y dijo:
– Este dinero lo voy a guardar y se lo voy a entregar a ellos.
Pero nunca regresaron y se fue a su casa con eso y dijo:
– Ya regresé.
El compadre vio que tenía más que él y le dijo:
– Debo saber cómo consiguió tanto dinero.
El le contó todo lo que había sucedido. Por esos días, un anciano visitó al señor y le dijo:
– Mira ven. Ve a ese lugar donde tomaste el dinero, a cambio un familiar tuyo debe morir, o trabajar por ese dinero que tú tienes ahora, o tú mismo debes hacerlo porque sino el diablo vendrá a reclamarte.
Entonces se fue a ese lugar, una cueva.
Entró allí y el diablo estaba esperándolo y le dijo:
– Muy bien, tú aquí asustaste a mis amigos, entonces tendrás que trabajar mucho tiempo aquí.
Y lo convirtió en mula junto con su mujer. Trabajaron allí durante seis años, entonces le dolía mucho la espalda y su compadre le dijo:
– Es tu culpa compadre por ser tan codicioso de dinero – le dijo.
– ¿Verdad que sí, compadre? Ya nunca habré de preocuparme en el dinero, porque uno no sabe lo que nos puede pasar.

No hay comentarios: