Luisa González Díaz
Recopilado por: María del Carmen Castillo
Se trata de unos hermanos ayuujk de la edad de 10 y 12 años pero uno piensa que ya están más grandes.
Comienza con una señora que pasaba por el camino y se encontró con el hermano chico que se la pasaba cuidando el ganado.
– Ah, hijito, buenos días – que le dice.
– Buenos días, abuelita – que le contestó.
– Ay, yo quería saber ¿de quién son los ganaditos? – le preguntó al niño.
– Ah, ¿eso quieres saber, abuelita? pues los míos son siete y de mi hermano es uno. Así le dijo pero no era cierto porque su hermano tenía siete y él uno. Después llegó la señora donde estaba el hermano mayor, también lo saludó y le dijo:
– Ah, encontré a tu hermano, hijo, él me dijo que su ganado eran siete y el tuyo uno.
– Hijoles, cómo es que platica así, no es cierto, por qué platica así las cosas.
– Pues no sé, así me dijo, así le pregunté a tu hermano. No más les pasaba a saludar y ya me voy.
Pasó pues la señora y luego, como ya era tarde otra vez, que llega el muchacho y que su hermano enojado le dijo:
– ¿Ya vienes? ahora sí estás muy bien ¿verdad? ¿por qué platicaste mal? ¿por qué le dijiste a la señora que el mío era uno y el tuyo siete? Ahora voy a matar el tuyo, a ver qué cuidas.
– Sí hermano, como quieras, si así lo quieres pues hazlo – le contestó.
Entonces afiló su cuchillo y que luego empezó a matar el ganado de su hermano, y el chico dijo:
– Ni modo, mi ganadito se murió, pues le voy a quitar el cuero.
Y que así lo hizo y al día siguiente salió con su cuero a llevar por ahí a ver quién lo compraba, mientras, el hermano consiguió otra persona para que cuidara el ganado, y ya el muchacho salió. Él caminaba, caminaba a ver a dónde le compraban el cuero.
– Ahora sí dónde voy a conseguir para dormir – pensó.
Caminaba por donde se veía una casita así chica, y llegó allá donde la casa y pidió hospedaje para que allí se quedara para caminar otra vez al día siguiente. Llegó allí, y estaba un matrimonio que comía y que bailaba:
– Pásate hijo, si quieres quedarte pues te quedas aquí – y le dieron un lugarcito donde no llegaba la lluvia. Desde ahí vio como comían, bailaban, lavaban trastes. A él no le dijeron si quería comer o nada pues. Luego vio que se quitaban toda la ropa, tenían muy bonita toda su ropa, de lujo. Tenía un armario, allí echaron toda su ropa, y tazas en una olla grande. Luego se durmieron pero dice que tenían otro armario más grande y allí entró el hombre pero desnudo, el señor con quien estaba allí la señora entró desnudo a ese armario. Y que le puso candado y ya se durmieron así. Luego llega otro señor y que como allí estaba afuerita el niño le dijo.
– Ah, ya vine, ya llegué.
No contesta la señora, ya se enfermó.
– Y que ya llegué ¿no oyes? – gritó el señor.
– Ah sí, pasa, ahorita estoy muy enferma.
Que así contesta y que luego el muchacho dice y ahora qué le pasa a la señora si hace rato estaba bien. Él estaba viendo todo pues.
– Sí pasa.
Y que luego el muchacho le avisó el señor.
– Aquí pedí hospedaje para que me quedara, es que ya se me hizo tarde.
– Ah sí hijo, pues pásate que aquí tenemos una casita para que comamos – le dijo el señor.
Él pasó – gracias – le dijo y pasó. Luego notó que se estaban hablando.
– No, mi enfermedad no ha pasado, pues qué bien que llegas, como estoy muy enferma me voy a dormir – dijo la señora
– ¿No ha pasado tu enfermedad todavía? – le preguntó el señor.
– Pues no, se me está agravando más.
El muchacho bien que vio que ella estaba muy bien, que no le pasaba nada.
– Pásate hijo, vamos a hacer un cafetito para cenar un poco, tengo unas tortillas duras, vamos a calentarlas – le dice el señor.
Y así pasó, comieron e hicieron su lumbre, y le estaba platicando de su señora que ella siempre se enferma, que no sabe cómo tienen que vivir, que la enfermedad está siempre con ellos.
– Ah poco, abuelito, pues yo no sabía, pues a lo mejor ustedes van a vivir bien – contestó el chamaco porque vio que ella no estaba enferma.
Se durmieron. Se levantaron más tempranito, como a las cinco, porque ya iba a salir otra vez el señor, el viajaba para hacer un poco de dinero.
Pero antes le dijo al niño:
– Ay muchachito, yo te quería preguntar ¿tú no sabes qué medicina le daría a mi mujer? ella siempre está enferma.
– No abuelito. Pero tengo un cuero, yo trabajo con ese cuero, a ver qué es lo que me dice, qué es lo que me habla, a lo mejor sí hay solución – …pero nada más inventaba.
– Ah sí hijo, pues órale hablemos a ver si es que es cierto.
– Sí abuelito yo creo que ustedes sí tienen riqueza – contestaba el muchacho.
– Pues empezamos – y comenzó a patear el cuero.
– Ahora sí, tú vas a patear el cuero.
Y que el señor lo patea tres veces la patada y luego el niño hizo como que interpretaba.
– Ahh, abuelito, ya escuché de lo que dice, dice que ustedes tienen mucha riqueza, ahorita ya me dijo que allí en la olla hay platos.
Luego otra patada:
– Ahhh, ahora sí, allí en ese cajón, allí ustedes tienen ropa fina. A ver, véanlo, a ver si no más digo.
Pues sí es cierto, hijo, hay ropas .
Bien que estaba escuchando allí el otro hombre que no más llegaba, pero sí vivía con esta mujer muy bien. Y luego otra vez le dice:
– Otra vez patea a ver qué más dice.
Y el señor lo pateó otra vez.
– Ah, en esa olla hay mucho dinero – le dijo – a ver, véanlo, véanlo, a ver qué es lo que hay que ustedes compraron, y esas cajas, esas ollas ya están llenas.
Y que vio que sí tenían mucho dinero allí en la olla. Pero ya se acercaba el otro cajón donde estaba encerrado el otro hombre.
– Pues otra vez patea, abuelito – y lo pateó.
– Nooo abuelito, esto sí que está muy cabrón, ahora sí, abuelito, creo que ustedes aquí tienen un diablo – le dijo.
– Abuelito ¿puede ir a traer un palo para que yo esté aquí y tú allá?.
– No abuelita, es el diablo, por eso te pasa eso. Al rato, cuando salga el diablo, yo creo que te vas a componer – le dijo.
– ¿Ah sí? – que le contesta.
Pero la llave la tenía ella y su marido la estaba buscando.
– Pues no me acuerdo la llave dónde está, dónde estará, dónde la puse – decía.
– A ver dámela, tú la has de tener –le dijo a su esposa.
– Ay, no me acuerdo, dónde será, dónde quedó ¿dónde será que la puse? – decía la señora.
– Ora sí ya encontramos la llave, ora sí ya va a salir el diablo.
– Pues ten mucho cuidado abuelito, qué tal si te patea o qué sabemos nosotros qué te va a hacer.
Pero bien que estaba oyendo el de adentro. Abrieron.
– Hijoles abuelito, cuídate mucho, ya va a salir – dijo el muchacho.
Salió el hombre y se fue corriendo desnudo, dejando su ropa y todo. Y que cuando salió:
– Ora sí, abuelito creo que ya nos salvamos porque si no qué tal si nos iba a matar – dijo el muchacho.
–Pues no hijo, yo no sabía, con razón siempre se enferma tu abuelita pues es el diablo, por eso se enferma – le decía – el diablo es lo que hace enfermar a mi mujer.
– Sí abuelito, sí es el diablo – contestó – pues ahora sí, ya la salvamos y ustedes tienen mucha riqueza ¿que no lo vio? Ahora sí van a vivir felices, usted ya no va a salir, ustedes tienen mucho dinero – les dijo.
–Pues sí es cierto, hijo, yo no me he dado cuenta, como yo siempre salgo, siempre voy de viaje.
–Sí abuelito, ahora sí van a vivir felices.
– Ah sí muchacho, pues dónde conseguiste ese cuero que trabaja muy bien.
–Pues yo trabajo con ese cuero, era de mi ganadito que se murió pues ni modo – le dijo – con ese cuero he trabajado siempre.
–Ay, qué vamos a hacer, cuánto te pagaré – dijo el señor.
– Pues no sé abuelito, como tiene mucho dinero pues la mitad de la olla – le dijo.
– Ay ¿así tanto?, pues déjame el cuero muchacho, como ya sé cómo se patea a ver cómo hago y así te doy el dinero, la mitad.
–Bueno abuelito, está bien, te lo doy – le contestó.
Y así quedaron. Le dio la mitad de su dinero, dejó el cuero y ya regresó otra vez donde su hermano. Cuando llegó:
–Ya llegué, hermano, ya vendí mi cuero. Mira, tengo mucho dinero – le enseñó.
– ¿A dónde lo vendiste? ¿quién lo compra? – le dijo.
– Pos allá, caminé mucho rato. Noo, ahí sí lo compran, quieren muchos cueros –le dijo.
– A poco ¿dónde es? Ahora sí voy a matar mi ganado.
– Pos allá encontré muchas personas y ellos me lo compraron, allí sí quieren mucho. Ahora sí, mano, si quieres vender cuero pues mata tu ganado.
– Sí, yo creo que sí ¿que no ves que no tengo ni un quinto?
Entonces mató cuatro ganados, se fue caminando cargado de cueros que le pesaban y nunca encontró comprador.
– Creo que me engañó mi hermano, aquí no más que se queden los cueros en el camino, ya me cansé.
Regresó enojado otra vez!
–Híjole no más me engañaste ¡ora sí ya te voy a matar a ti! –.
Para esa entonces vivían con su abuelita que dormía junto a la lumbre. Esa noche el niño bajó y dijo:
– Abuelita, tengo mucho frío, quiero hacer lumbre, mejor me bajo yo y tú te subes a dormir arriba.
Él estaba ahí al lado de la lumbre y su abuelita donde él dormía.
El hermano subió, vio que alguien dormía profundo y dijo:
– Ahora sí…
Y pasó despacio su cuchillo y según mató a su hermano pero no, había matado a su abuelita.
Mientras el otro desde abajo pensaba:
–Ay mi abuelita ya se murió.
Fue a buscar un pañuelo y se lo puso a su abuelita como cuando uno tiene tos y luego trajo una carretilla para colocarla ahí. Salió de la casa con la carretilla y en el camino se encontró a un borrachito:
– Muchacho, adónde vas?
– Mi abuelita se enfermó y tengo que llegar con el doctor para que me den medicinas. Y dejo la carretilla cerca del barranco.
– ¿A sí? Qué va a estar enferma? –dijo el borracho, hay que darle mezcal para que se cure.
– A ver señora, tenga este mezcal –.
Le decía pero la señora como estaba muerta nunca contestó.
– ¿Por qué no me contesta? –.
–No abuelito, está muy enferma, está muy grave.
Entonces el señor le dio una cachetada y del golpe se fue para la abuelita con todo y carretilla.
– ¡Híjole, le pegaste a mi abuelita ¡ora sí te voy a denunciar!
–No chamaquito, no me denuncies ¿sabes qué? Yo tengo mucho dinero, allí llevo dinero, en el burro. No me denuncies, por favor, te doy la mitad de lo que tengo, de lo que lleva el burro.
–No, si me das todo el dinero no te denuncio, y si no me quieres dar pues te denuncio.
Fue entonces que consiguió más dinero y llegó a su casa con todo y burro.
–Ya llegué otra vez, hermano.
–Pues tú de dónde vienes?
–Pues fui a vender a mi abuelita que tú mataste, por allá sí quieren muchos muertos, en un pueblo lejos.
–Cómo, no es cierto, siempre me engañas
–Sí es cierto hermano ¿no ves? Aquí traigo el dinero, esto es lo que me dieron, como quieren muchos muertos por eso me lo compraron.
–Ahora sí voy a matar al que cuida el ganado.
Lo mató, camino con el muerto a cuestas hacia un pueblo, lo tendió en la plaza y comenzó a ofertarlo. Por poco lo meten a la cárcel.
– ¿Qué estás vendiendo? –le dijeron. ¿No será que estás muerto tú mismo?
Empezó a correr y a correr porque lo querían meter en la cárcel.
– Hijole, otra vez me engañó mi hermano ¿por qué me hace esto?
– Ahora sí, hermano, ahora sí, ya es mucho lo que me haces, mejor te llevaré al fondo del mar.
– Como quieras hermano, como tú digas, hazlo a tu manera.
Cargó a su hermano, caminó y caminó y se cansó. Lo dejó a medio camino y fue a conseguir mezcal para recuperarse. Echó al hermano en una canasta y lo amarró con un mecate.
Paso un viejito y se detuvo.
– ¿Qué hay ahí? dijo.
Como el hermano estaba durmiendo, no oyó.
Entonces el niño contestó:
– Soy yo, abuelito.
– ¿Por qué estás así , quién te hizo eso? – le preguntó.
– Ay abuelito, es que ya me van a llevar al cielo.
– ¿Al cielo? Pues todavía estás muy chamaco ¿por qué te vas al cielo? Creo que yo me voy, hijo. Yo quiero ir al cielo en tu lugar.
– Pues abuelito, si quieres ir puedes meterte aquí, desata el nudo del mecate para que yo salga.
–Sí hijo, eso sí, yo quiero ir al cielo. ¿Sabes qué? Tu abuelita va más adelante, llévale el ganado y le dices que yo ya me voy al cielo. Dejas allí el ganado donde está tu abuelita.
El chamaco se llevó ocho ganados grandes. Mientras el hermano despertó, cargó el canasto y se fue al mar. Llegando, sin abrir nada, lo aventó
Cuando venía de regreso, vio a su hermano que llegaba con más ganado.
– Ya llegué hermano – le dijo el pequeño.
– ¿Por qué llegas? ¿No te llevé al mar?
– Pues sí, me dejaste allá, lo que pasa es que allí había muchos ganados para escoger y entonces tomé unos.
– ¿De verdad? – le dijo – ¿por qué no me llevas al mar para que recupere mis ganados?
– Sí hermano, si quieres te llevo – contestó el chico.
– Sí, llévame de una vez para que yo traiga mi ganado y pueda tener como tú mucho ganado.
Y así se fueron, derechito al mar. Lo echó al fondo y se regresó a casa. Así quedó libre, con su ganado, su dinero, su burro y sin hermano.